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Borchardt

Rudolf Borchardt, nacido en Königsberg en 1877, en el seno de una familia judía, y muerto en 1945 en Trins (Tirol) tras ser capturado por los nazis en el puesto fronterizo de Brennero, es uno de estos autores alemanes oscurecidos por la sombra de los titanes de su tiempo. Sin embargo, la edición de sus obras completas –poesía, ensayo, drama, narrativa- abarca no menos de quince tomos. Una de sus piezas más conocidas es Der leidenschaftliche Gärtner (El jardinero apasionado), casi trescientas páginas dedicadas a celebrar las “bodas de la Botánica y el Imaginario”.
Borchardt empezó su carrera literaria bajo la influencia de autores ingleses esteticistas como Walter Pater o Swinburne, lo que motivó que su amigo Hugo von Hoffmansthal le calificase de “anglómano”. Sin embargo, su gran pasión fue Italia, en la que vivió treinta años, casi siempre en la Toscana y en torno a Lucca. Pocos autores alemanes han logrado penetrar tan hondo en el genius loci, de Italia como Borchardt. No es de extrañar que una parte significativa de su obra esté relacionada con este país. Sus textos sobre asuntos italianos fueron traducidos por Marianello Marianelli y Marlis Ingenmey en Scritti italiani e italici (1971). En ellos observa Borchard el paisaje como si se tratase de una tierra aún por descubrir. La arquitectura de Pisa, Venecia o Volterra se nos aparece como descrita por primera vez, y de la clásica villa toscana acierta a extraer todo un compendio de civilización mediterránea.
Borchardt es un renovador del lenguaje, al que dota de una compleja tensión formal y de una gran fuerza expresiva. Explorador insaciable de literaturas europeas, su atípica labor de traductor rebasa el nivel de la mera “traslación” lingüística para, apoderándose del original, recrearlo. Ejemplo de ello lo tenemos en su versión de la Germania de Tácito (hecha cono si fuese una copia latina de un texto germánico perdido) o en la no menos personal de la Divina Comedia en alemán antiguo, ímproba tarea que le ocupó desde 1907 a 1923.
Borchard detestaba la cultura “moderna” y sus manifestaciones artísticas, a las que encontraba informes y carentes de rigor. Fue conservador en lo político y en lo estético. Rechazaba el mundo mecanizado por representar la “conclusión miedosamente errada de la técnica, la catástrofe mundial de la industria”. Sus ideas reaccionarias le valieron la postergación y la reclusión en el panteón de los “tradicionales”, pese a algunos intentos, como el de Adorno, por demostrar la “modernidad” de su poesía lírica. Es de esperar que el tiempo, este gran rectificador de famas y prestigios, acabe por poner las cosas en su sitio.

Comentarios

  1. No sé en todo lo demás. En la historia del jardín también ha ido pasando desapercibido, aunque últimamente ha recibido algo más de atención y ha aparecido citado en algunos textos.
    Suya es esta idea simbólica del jardín: "La humanidad proviene de un jardín. La mayor parte de lo que le ha acaecido desde sus orígenes se debe a los acontecimientos que pueden definirse como 'sacrilegio del jardín' y ciertamente, y más en profundidad, no como un simple sacrilegio, sino como uno doble. La violación del orden del jardín a través del consumo filisteo de los frutos simbólicos lleva automáticamente al abuso todavía más inquietante de la vegetación buena con vistas a objetivos materiales, para poseer poco más que lo efímero".
    Si no fuera porque me da un tufillo a pecado original, los acontecimientos actuales (sobreexplotación del medio, contaminación generalizada y quién sabe si cambio climático debido a la mano humana) le darían la razón. Quizá se ponga de moda.
    Gracias por entrada tan jugosa. Un abrazo.

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  2. Gracias a ti, amigo fpc, por tu autorizado comentario.
    Un abrazo.

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