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Críticos quisquillosos

Cuando veo a estos críticos literarios fastidiosos, guardianes de la lengua, puristas acérrimos, siempre dispuestos a corregir en las obras de los demás la más pequeña falta gramatical o desliz sintáctico, me viene a la mente aquel tipo de la Barcelona ochocentista llamado Salvador Estrada. Según testimonios de la época, el tal Estrada era conocido por no soportar el menor error en el lenguaje. Según cuenta Antonio R. Dalmau en Tipos populares de Barcelona (1945), cierto día, en un almacén delante de su casa apareció un letrero que decía: Frabica de belas de sevo. Estrada protestó ante el dueño por tamaño desaguisado lingüístico, pero éste lo echó con cajas destempladas. A Estrada, desesperado, no le quedó más remedio que ¡mudarse de piso!
En otra ocasión Estrada se comprometió a escribir una obra en un castellano tan puro…”que no la entendería nadie” Y la escribió, representándose en la Sociedad El Fénix en 1851. Fue un fracaso, pero consiguió su propósito. Uno de sus trozos decía:

¡Válgame Dios! No sé cómo
de entre las manos se esculle
por ensalbo el bullebulle
de Sofí. No bien me asomo
a alguna fenestra, o asgo
la leyenda de oro, o rezo,
o al espejo me aderezo,
de puro ya voló el trasgo.

El implacable Estrada era el temor de los pintores de rótulos callejeros. En cuanto observaba un disparate no cejaba hasta verlo enmendado. Llegó, incluso, a pagar de su bolsillo las correcciones. A decir verdad, a tanto no llegan nuestros críticos quisquillosos.

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