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Críticas adversas

Hace años, cuando alguna de mis novelas recibía una crítica adversa, buscaba consuelo pensando en las críticas que en su día recibieron obras que hoy nos parecen maestras. Mi lenitivo favorito en estos casos era la lectura al azar de Rotten Reviews, de Bill Henderson. Allí uno podía encontrar un buen recetario de pésimas críticas a excelentes escritores. Verbigracia: La escasa imaginación de Balzac en cuanto a invención, creación de caracteres y argumentos, según Eugene Poitou. El vaticinio de James Lorimer de que Cumbres borrascosas nunca sería mayoritariamente leída. El escepticismo del Saturday Review respecto a la permanencia de la reputación de Dickens. Le Figaro sentenciando que Flaubert no era escritor. Clifton Fadiman reconociendo el talento notable, aunque menor, de William Faulkner...
Claro que yo sabía que esto era autoengañarse. Las comparaciones, incluso entre malas críticas, son odiosas. Siempre estaremos a la sombra de los gigantes. Pero no hay que alarmarse. Tampoco es mala cosa estar a la sombra; todo depende del acomodo que uno se busque. A la sombra no se está mal.

P.S. Si hay algo peor que la invectiva de un crítico a un escritor es la invectiva de un escritor a otro colega. Puro canibalismo. (Véase Escritores contra escritores, de Albert Angelo, recién aparecido).

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  Sin lugar a dudas, The Criterion , fundado y editado por T. S. Eliot en 1922, es una de las mejores revistas literarias británicas del siglo XX. La nómina de colaboradores que tuvo este magazine trimestral, hasta su último número publicado en 1939, conforma un catálogo bastante representativo de lo más granado de la intelectualidad, no solo británica, del período de entreguerras. En sus páginas escribieron luminarias como Pound, Yeats, Proust o Valéry, por citar solo cuatro.   El primer número de The Criterion , salido en octubre de aquel annus mirabilis , es realmente impactante y marca el sello característico de su editor, expresado a través de sus "Commentary"; a saber, la compatibilidad entre una ideología ideología católica y conservadora y una defensa a ultranza de la vanguardia modernista. En este ya mítico número 1, se incluye, por ejemplo, la primera aparición en letra impresa de The Waste Land de Eliot, y la crítica encomiástica de Valéry Larbaud del Ulises, de

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Simpson

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